Era lo más sencillo. Pedir y pedir. A veces sin parar a pensarlo. Sólamente pedir. Y ella podía permitírselo. Era la cantante revelación del momento. La número 1. No valían flores raras, ni bandejas de frutas exóticas o sábanas y toallas de lino. Quería tres conejos rosados. Tres exactamente y que ya estuviesen allí cuando ella llegara a la suite después del concierto de aquella noche triunfal.
Y claro que estaban. No podía ser de otra manera. Tres. Ni uno más ni uno menos. Y rosados, tal y como ella los quería. El fotógrafo suspiró aliviado. Y su agente. Él y el director del hotel también, los camareros y hasta la gigantesca masa de admiradores que entre empujones gritaban y esperaban a las puertas del hotel un saludo abalconado de su estrella...
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